lunes, 22 de julio de 2013

INVICTUS



Out of the night that covers me,
 Black as the pit from pole to pole,
 I thank whatever gods may be
 For my unconquerable soul.

 In the fell clutch of circumstance
 I have not winced nor cried aloud.
 Under the bludgeonings of chance
 My head is bloody, but unbowed.

 Beyond this place of wrath and tears
 Looms but the Horror of the shade,
 And yet the menace of the years
 Finds and shall find me unafraid.

 It matters not how strait the gate,
 How charged with punishments the scroll,
 I am the master of my fate:
 I am the captain of my soul.




-William Hernest Henley

viernes, 8 de febrero de 2013

El fuego y el tiempo



Para Klaus
Después de la fiesta, de las flameantes llamas del jolgorio, de la luz que señala un punto en la espesa noche quedan nada más las brasas encendidas. Piedras ardientes de los días, las horas, los momentos pasados. Peligrosas reliquias intangibles hasta el momento en el cual sus llamaradas se extingan  y la energía de sus rocas consumidas, cansadas de luchar contra en viento, apaguen sus intentos de volver a arder. Es el momento en el cual un puñado de arena es necesario para borrar las huellas de su presencia en el mundo. Un puñado de arena nada más se necesita en ese punto para apagarlas, darles la espalda y volver a la vida, pero este proceso toma tiempo, meditación y también melancolía.
Me pasa entonces que me encuentro cobijada por la noche midiendo el tiempo. Contemplando con esperanzas fugaces que el fuego levante sus llamas nuevamente y que esa luz sea eterna como miles de antorchas que iluminan vidas a través del planeta. Por desgracia, mi espera es solitaria y estas brasas han tomado mucho tiempo para morir.  No podría enterrarlas  sin haberlas visto extinguirse previamente porque el ardor de su energía se transmitiría al suelo donde piso entorpeciendo mis pasos de regreso y abrigando mi pronto retorno.
Tampoco he podido ser el viento amigable que dé soplidos de vida a esas llamas, porque mi aliento perdió el poder de despertar a un corazón convaleciente. Perdí el habla cuando repentinamente me quedé desamparada mientras vislumbraba inerte el fuego que ardía maravilloso y desde entonces el silencio se apodero de mi entorno. Hoy somos los dos cada noche quienes asistimos a este funeral.

La Rateza                                               
             
Febrero 2,  2013

martes, 1 de enero de 2013

TRANSOCEÀNICO

En el Báltico y el Mediterráeo,
mar a mar
Transoceánico,
infinitamente complejo
caótico y punzante.

Sin lágrimas, 
tan sólo imágenes
inconcientes prefabricados,
invernales,   
lamentaciones a ningùn dios.

Y yo aqui,
dibujando una sombra en la playa,
dejando pasar el tiempo,
mi tiempo que se termina.

Nada cambiò
tampoco tu ausencia 

(La Rateza, Nice 2012)


jueves, 1 de noviembre de 2012

MIRADOR


De las noches tenebrosas,
las sombras pasivas advierten la ruptura
en la negritud del abismo.
El abismo, mi historia.
La negritud, todo el embrollo
de los años explosivos,
de cadenas perpétuas
en las sangrientos albores del amor,
la nostalgia,
la venganza inminente
y el orgullo limpiado.

Cuanto tiempo hubo de pasar
para cambiar de rumbo.
Siguiendo en las mismas tinieblas,
el rastro de cálidas y sosegantes envolturas.
Por ahora inciertas, pensativas.
oscuridad paralela, confidente, amistosa.

Y como dos niños nacidos entre praderas oscuras.
El purificador abrazo del miedo.
A la vida, al traicionero destino,
incertidumbres en las manos.
Hube de moverme tan lejos para descubrir.
Qué en los sentimientos no expresados
se distingen los embustes y libertinas sonrisas.
Qué un beso cierra un pacto
y una mirada lo afirma.
Qué el tiempo es mezquino de la dicha
y se amiga del dolor al trasformarse en olvido.

La Rateza
Marzo 2012 

viernes, 31 de julio de 2009

DJEMBO

Djembo era huérfano. La pérdida de su padres inoculó en su mirada aquella expresión que los medios sabotearon para el rating. El incidente ocurrió en Brazzaville, donde fueron asesinados al defender sus tierras de la invasión y protegerla del tráfico de vida que se producía durante la guerra civil congoleña. La familia fue disuelta frente a la mirada curiosa de Djembo y cada no de sus hermanos. Papá y Mamá cruelmente victimados, finalmente fueron llevados por ciudades y poblados cercanos, cargamentos ilícitos que formaron parte de esa batalla.

El recuerdo fue una pesadilla distante para la criatura que quedó desamparada, la ventaja fue que sus corta edad le permitió desentender las dimensiones de la memoria. Nadie recordó haberlo visto llorar aunque todos intuyeron que el silencio y la nostalgia del que fueron testigos quedarían presentes durante toda su vida.

Innumerables promesas de adopción llegaron inmediatas. La custodia del pequeño provocó ofertas provenientes de todas partes del mundo. Era "gente buena" que deseaba ser participe de la tragedia con la protección de la vida del solitario Djembo, como si hubiese existido de antemano, una gran lista de espera apostando a su liberación. Los precios eras ¡exorbitantes!, pues en el mercado de la orfandad, las posibilidades cuentan, y mucho más cuando la naturaleza del huérfano es exótica.

Sin saber aún el destino de su vida, lo embarcaron prontamente hacia orfanatos temporales a través de toda África. En el largo éxodo que inició en sus aldea, el primer país que tocaron sus pies fue Gabón. En Nigeria pudo ver los oleoductos que cortan el tránsito de vecindades pobres y violentas que recorren para llegar a las playas ennegrecidas de Okrika. Estuvo en Ghana, Guinea y Senegal, allí al paso de la caravana observó por primera vez el atardecer difuminarse en la sabana. Luego llegó a Marruecos, donde se costumbró a observar todo el timepo a través de las ventanas del orfanato y contemplar con simpatía la opulenta vida que transita entre las estrechas callejuelas de Casablanca; allá la salida del sol era espectacular pues el calor levantaba un vaho de mil colores que se desprenden de los pozos en donde se tiñen el cuero, las sedas y los tapices.

En otras condiciones estaría maravillado del inolvidable recorrido. Pero Djembo esperaba con una sonrisa el final de la travesía, quizá para encontrar nuevamente los cálidosbrazos de Mamá. Extrañaba la suavidad del regazo del ser amado, los juegos primaverales que involucraron a la familia a la atención y el cariño de su reina.

A los demás huérfanos les pasaba igual, la resignación nunca cedió ni a los lazos amistosos que se crearon entre niños ni a todos los globos regalados cada día. Llegaron a socializar alegremente entre el colorido del paisaje en cada lugar; pero las noches fueron siempre tristes porque la sombras y el silencio perturban el recuerdo, cuando la soledad está de por medio.

Las ciudades de Marruecos fueron los últimos destinos del éxodo antes de cruzar
el Mediterráneo. Desde allí, el viaje se convirtió en insoportable. Uno por uno, los huérfanos fueron entregados a sus nuevos hogares, la travesía continuaban bajo encierro porque era ilegal contemplar a través de las carrozas. Al pequeño Djembo le restaban la amistad de alguien cada día, por ello su cuerpo, diminuto y delgadito paulatinamente parecía morir entre la oscuridad. La nueva ciudad dejó los turbantes y las togas, descubriéndose en el glamour, estilo occidental que pocas veces, o más bien nunca, observó en su lugar natal. El orfanato sería finalmente transitorio. Sus padres adoptivos lo recogerían en los próximos días. La alegría de revivir los instantes amados junto a mamá, se apoderaba temerosamente de su corta existencia.

Por la mañana, el orfanato, era fuente de gran agitación. Cámaras y periodistas invadiéndolo, de la misma forma en que ocurrió aquel día y Djembo se estremecía en un rincón de su habitación. El corazón del infante latía extasiado al tiempo que los nuevos custodios surgieron de entre la confusión. Comprendió dudosamente que fue el final de la travesía, su soledad al fin fue compensada.

La firma de los documentos de paternidad y las fotografías para la prensa registraron el evento como nuevo capricho de la farándula, espiritualidad alcanzada con el dinero, benevolencia en oferta, pero eso no importó a Djembo, quien fue feliz de poseer tal suerte.

Le esperaron manjares nunca antes conocidos, jardines apulentos, privados, caprichos en rincones cuantiosos, replicas enanas del mundo entero, casinosluminosos, visitantes singulares y célebres. Realidad fantástica que no rehusó a protagonizar por simple curiosidad o por humilde sometimiento a su nueva familia.

***
Mas, el tiempo pasa y asi también la novedad de sue existencia. Cuando la prensa inició un nuevo capítulo en las revistas de variedades, los manjares jugosos empezaron a escasear. Djembo experimetó nuevamente la nostalgia; su memoria genética lo carcomía graduamente con cada año cumplido, transportándolo en instantes a sus aldea, a los brazos de mamá, a los amigos de viaje. Una verdad que sólo pudo expresarlo de formas inconcebibles dentro de los jardines de oro de los que fue parte. Su particular demencia no tuvo límites, y aunque fuera rabia o algarabía, él quiso experimentar el todo sofocante, sin importar la misericordia perdida.
Los años primaverales del tierno Djembo se convirtieron de pronto en espacios cerrados entre el deterioro y el hambre; días de contemplar los barrotes añorando libertad, viviendo simplemente de aquello que sobra en los sentidos manipulados. Las cámaras estaban allí para registrar la conducta, los efectos secundarios de la droga que lo mantuvo inmortal para el mundo del experimento.
Su cuerpo se desmigajaba con cada efecto, la sociedad lo poseía por completo cono si él tuviera que ser sacrificado, por consentir la invasión de la raza que lo aisló desde que vio el mundo. Su abatimiento de los últimos años tras las rejas le quitó la juventud, e irremediablemente, parte de su necrosado cuerpo.
Fue necesaria una nueva batalla para el rescate. En el éxodo del retorno fue el camino de los viajeros, quizá el mismo que transitó hace mucho años, pero él no lo notó; y aunque el lugar al que volvió, tan sólo reemplazó las prisiones de los últimos tiempos por barrotes más distantes; el medio fue similar al de su origen. Cercanamente feliz, el encuentro de los amigos rescatados se dió en el mismo lugar: el corazón de África.
,
El grupo de homínidos habitarán este asilo hasta cuando sea inevitable su muerte; el contacto que vivieron los convirtió en antropoides ermitaños; seres inservibles en su naturaleza, ancianos mártires de la ciencia, aprendices novatos de su propia libertad.
"Luz Lateral" seleción Narrativa 2008. CCE

lunes, 22 de junio de 2009

RAZONES


… si precisás una ayuda, si te hace falta un consejo,
Acórdate de este amigo que ha de jugarse el pellejo
Pá ayudarte en lo que puedas, cuando llegue la ocasión.
Carlos Gardel. “Mano a Mano”
Llovía. El patio que anticipaba tu casa era un gran charco. No tuve más remedio que saltar entre lo menos hondo del agua y mojar los zapatos de mi uniforme. Cuando corría sentí una brisa helada que despeinaba mi largo cabello trenzado. El diluvio se avecinaba, y haciendo de mi mochila un paraguas, salte del agua procurando no ensuciar de lodo los pliegues de mi falda a cuadros.

Las puertas de tu colosal casa estaban entre abiertas. Cuando ingresé el fantasmal vacío de su interior parecía vigilarme. Las escalinatas de madera abrigaban mi presencia al subir; poco a poco el parquet despegado dirigía mi búsqueda entre el misterioso vacío y la lluvia deslizándose por el tejado. La humedad de mis zapatos cantó un rechinar con cada paso, musicalmente te busqué por cada habitación saqueada con la precaución de que quizá no seas el único habitante de aquella residencia abandonada.
Pensaba tristemente en cómo te reconocí el día anterior. Mi madre se percató de tu presencia entre la multitud del mercado cuando cargábamos los abarrotes para regresar a casa. Ese día, al mirarte, pensé que quizá queden restos de mi cariño de todo este tiempo. Volví a ver en tu semblante la desdicha de la indigencia, la resaca de quién una vez se embriagó de amor, la desesperación de la impotencia por reconstruir una vida; aquellas imborrables razones que tuve para amarte.
Arrastrabas tu juventud aún presente. Tu enmarañada cabellera, barba y bigote guardaban la identidad y el tiempo que habías habitado éste mundo. Los ropajes desgarrados y tu caminar erguido a pesar de la derrota inspiraron en mí el rescate, la solidaridad fingida, tal vez…
Por eso fui a verte. Unas monedas no arreglarían tu desencanto. No esperaría más la trágica noticia de tu hallazgo. Debía ser yo quien pueda acurrucar tu cabeza entre mi abrazo. A lo mejor fui egoísta al pensar que podría mermar tu aflicción, mi necesidad de acariciarte indefenso fue mayor y allí estaba temiendo el encuentro.
“Los sentimientos no afloran de la dificultades, lo sé. No necesitaré que me ames, lo comprendí al fin, aunque mi trepidar desmienta mi inconsciente y la necesidad de volver a ver tu ternura alimente mi ego como siempre”.
Mientras recorría cada rincón de la gran casa pude sentir el calor familiar de otros tiempos, miré aquellos hermosos tapices de los que tanto hablaste, los largos cortinajes que fueron tu abrigo, e incluso pude escuchar, en el vacío, el alboroto de la decena de hermanos que habían transitado por los diversos salones que yo exploraba, la música del abuelo bohemio, el zumbido de la vida que el jardín atrajo alguna vez.
“No ha pasado ni una década desde que la familia se fue, sólo tú y tu demencia permanecieron conservando el recuerdo. Desde que las rejas del patio quedaron abiertas ya nada es tuyo, nada existe de verdad”.
Hallé tu pobre humanidad sobre el piso de una habitación lejana, unas páginas de un diario viejo acurrucaban tu cuerpo, era todo. Miré angustiada tu semblante y como una madre te cubrí y acaricié el rostro. Tus ojos vivieron mi presencia una vez más, la comisura de tus labios desquebrajados no permitieron una palabra; tu cuerpo sin espíritu se marchitaba en el deseo de extinguirse alcoholizado.
Quise besarte y llorar junto a ti, no pude hacerlo. Lo único que logré fue que reconocieras mi presencia, la única ayuda que te quedaba, la más absurda y la más simple a la vez…
Junto a la vía del tren que atraviesa frente a los portales abiertos de la monumental casa permanezco contemplando inerte, y al mismo tiempo deseosa, su momento final. Cae roca por roca enterrando para siempre mil razones, mil visiones… y sus restos forman un lodazal como aquel que marco mi falda de cuadros aquel día en que llovía.
Mayo 10, 2005

martes, 16 de septiembre de 2008

HISTORIA DEL NIÑO QUE QUERÍA SER NEGRO


José Martinez Queirolo (1931)

El niño que quería ser negro, empezó por no bañarse. Tratándose de una criatura de tan pocos años, no se podría tildar de sacrificio a tan peregrina abstinencia. Resultaba, en realidad, demasiando cómodo ignorar el agua y el jabón, crecer sin experimentar la molestia de cortarse las uñas, sonarse las narices y extraerse las cera de los oídos. Por las noches, con el mugriento cuerpo arrodillado sobre las sábanas del lecho, recitaba oraciones a cambio del milagro:
-!Hazme Negro, Virgencita! - !Mira cómo te rezo!... !Hazme Negro!

Doña Blanca, la abuela, se entretenía en el mirador de su antiguo castillo, disparando sobre los negros que habitaban el bosque circuindante. La aristócrata dama, armada de una escopeta, afinaa la puntería. El tiro al negro era para ella, desde hacía muchos años, su deporte favorito; y, aunque en su juventud podía atravesar de un solo tiro, toda una columna de asquerosos esclavos, ahora, la buena señora solía fallar y hasta cometía la crueldad de confundir a los negros, con los pobres e inocentes gallinazos.
Pero, por muy entretenida que viviera doña Blanca ocupada en tal saludable ejercicio, no por eso había dejado de observar la extraña conducta de su nieto. De algún tiempo a esta parte, el muchacho evitaba a toda costa ponerse en su presencia, se encerraba a deshoras en el cuarto y a sus constantes llmados sólo respondía:
-¡Aquí estoy, abuela! ¡Como usted quiera, abuela! ¡Pero no entre usted, que estoy como vine al mundo , abuela!
Y así, hasta que en una noche aciaga, la anciana, armada de una vela encendida, penetró silenciosa en el dormitorio del muchacho; y, al contemplar aquella mugrienta carita que yacía sonriente sobre las albas sábanas, se horrorizó.
-¡Pero es que yo quiero ser negro!-, explicó el muchacho, despertándose; y, a pesar de todas sus promesas , a la mañana siguiente , en el patio del castillo, o bañaron ignominiosamente. Helados chorros de agua se desprendieron de las jarras, para estrellarse contra su cuerpo estremecido. Burbujas de jabón. Escobilla. Y la aristocrática y escandalizada dama, restregando, lastimando y mascullando:
-Blanco tu padre, india tu madre, y ahora tú... ¡¡Negro!!
-pero es que yo quiero ser negro, y nadie me lo va a impedir!-, se repetía e testarudo muchacho; y, siempre que podía, generalmente cuando, acicalado como un gato, la abuela lo dejaba tomando sol en los jardines des castillo, arrancaba el verde césped, arañaba la tierra húmedecida, y se la aplicaba a manotadas sobre el rostro.
-¡Te encerraré en el cuarto oscuro, extrayendo un espejito que consigo llevaba, trataba de distinguir sobre el mudo cristal su delgado rostro oscurecido por las ombras, y un resplandorde triunfo le fosforecían los ojos.
La institutriz llegó en un día de sol. Era una gringa del Sur. Blanca, alta, rubia, con sus maletas y sus gafas.
-Niño ésta es Miss Smith, que desde ahora será tu maestra y tu guía.
-¡Yes, boy!-, afirmó la fulana, tendiéndole los largos brazos sonrosados. Y el muchacho huyó como el diablo.
Y una mañana, en el jardín.
-¿Ser cierto que tú quererser negro? ¿Ser cierto ésto?
-¡Sí!
-¡Oh, dear!... ¡Pero tú no saber quiénes ser los negros!
Lo obligó a sentarse sobre un barquito que por allí había y la Miss le contó.
Después, día tras día, las clases de gramática en el pizarrón:
YO, pronombre personal
ODIO, verbo
AL, contracción
NEGRO..., sustantivo común...