viernes, 8 de febrero de 2013

El fuego y el tiempo



Para Klaus
Después de la fiesta, de las flameantes llamas del jolgorio, de la luz que señala un punto en la espesa noche quedan nada más las brasas encendidas. Piedras ardientes de los días, las horas, los momentos pasados. Peligrosas reliquias intangibles hasta el momento en el cual sus llamaradas se extingan  y la energía de sus rocas consumidas, cansadas de luchar contra en viento, apaguen sus intentos de volver a arder. Es el momento en el cual un puñado de arena es necesario para borrar las huellas de su presencia en el mundo. Un puñado de arena nada más se necesita en ese punto para apagarlas, darles la espalda y volver a la vida, pero este proceso toma tiempo, meditación y también melancolía.
Me pasa entonces que me encuentro cobijada por la noche midiendo el tiempo. Contemplando con esperanzas fugaces que el fuego levante sus llamas nuevamente y que esa luz sea eterna como miles de antorchas que iluminan vidas a través del planeta. Por desgracia, mi espera es solitaria y estas brasas han tomado mucho tiempo para morir.  No podría enterrarlas  sin haberlas visto extinguirse previamente porque el ardor de su energía se transmitiría al suelo donde piso entorpeciendo mis pasos de regreso y abrigando mi pronto retorno.
Tampoco he podido ser el viento amigable que dé soplidos de vida a esas llamas, porque mi aliento perdió el poder de despertar a un corazón convaleciente. Perdí el habla cuando repentinamente me quedé desamparada mientras vislumbraba inerte el fuego que ardía maravilloso y desde entonces el silencio se apodero de mi entorno. Hoy somos los dos cada noche quienes asistimos a este funeral.

La Rateza                                               
             
Febrero 2,  2013

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